Relato: "Tomates en conserva"
TOMATES EN CONSERVA
Es extraña la muerte
cuando al principio te das cuenta de que nadie te responde, que el único camino
que tienes está ahí delante, esperándote. Ahora entiendo lo que decían de un
túnel, de una luz al final de ese túnel. Y aquí me encuentro con el corazón
parado, con los huesos inútiles, pesados como un lastre, con la cara fría,
pálida, sin apenas aire en los pulmones, deseando conocer alguna respuesta.
Es lunes y a mis oídos muertos llegan voces que
martillean mi cabeza. La soledad de un lunes se mezcla con el estrepitoso fluir
de gentes tan distintas por unas calles agotadas, cubiertas por vestidos
escolares, por trajes con corbatas inservibles, por el hálito gesto de un
bostezo en un vagón de metro con apenas sonrisas en el rostro. La inmensidad
del aire con un olor reseco a nicotina difumina el tránsito matutino. Toda esta
esfera de colagenosos cuerpos mecánicamente dispuestos para el trabajo diario hace que, un poco extraño,
me sienta alegre de estar muerto, de que no tenga más la sensación difusa de un
lunes dichoso y bienaventurado.
La realidad se mezcla por un momento en
fantástica ilusión de cuerpos que deambulan por la tierra, por una tierra
encantada de ser pasto de miedos y egoísmos. Así era yo, apenas unas horas,
ayer, cuando un médico con la bata asustada y el gorro de colores con muñecos,
le decía a mi madre, a mi pobre madre, que no habían podido hacer nada, que el
corazón se detuvo como un motor al que le falta aceite y se gripa, y se vuelve
inútil. Recuerdo sus gritos, su llanto desesperado, la angustia contenida de
unos ojos que miraban al techo de la sala de un hospital, pidiendo
explicaciones, anhelando esperanzas.
La muerte es como un viejo tranvía que llega de
repente, que nadie lo espera, pero que se detiene a mirar a los más cercanos, a
llevarse sueños, a robar la espera en un portal, a quitar los segundos que
detienen un beso en plena calle, a dejar sin sentido la mirada nostálgica de
una fotografía de cuando en verano hicimos el viaje a Centro Europa. La muerte
rompe el hilo que une vidas, descongestiona el mundo del deseo y lo guarda como
en uno de esos frascos que sirven para hacer conservas. Mi abuela siempre tenía
botes de tomate en conserva. Por ello, siempre creía que eran momentos muertos
de un tiempo anhelado. Tal vez fueran fantasías de un niño miope que quiere
inventar historias, hacer relatos de casi cualquier cosa que se escondiera en
la despensa de casa.
Puede que ahora mismo yo sea un simple bote de
conserva que se deja esperar en el fondo de un armario. Que sirve para esos
momentos en que la soledad llega de pronto en un día lluvioso de invierno y
hace falta quitar la tapa y oler el sabor nostálgico del pasado.
Seguramente esté muerto o también puede ser
posible que todo esto sea un sueño, que esté en mi cama en casa de mis padres,
esperando a que suene el dichoso despertador, que haga que vaya a trabajar como
cada lunes, que mis pies discurran por un vagón de metro, que sea uno de esos
colagenosos cuerpos con la sensación difusa de la bienaventuranza. Ese es mi sueño.
Pero cómo me puede gustar tanto este relato!!! No me canso de leerlo una y otra vez!
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